Mi nombre es Antonio. Recientemente salí de un divorcio bastante complejo y decidí realizar un viaje para desconectar. Un buen día me pregunté: ¿a qué país del mundo podría viajar para descubrir una nueva cultura? Pensé en México, un lugar formidable donde conocer a nuevas personas, disfrutar de las playas, el buen tiempo y su rica gastronomía. Lo que no sabía es que allí encontraría otra cosa muy distinta: la noche de sexo y pasión con más intensidad que jamás he tenido en toda mi vida.
En mi llegada a Ciudad de México, decidí caminar libremente por las calles, visitar la catedral y conocer la cultura de la ciudad. Por la tarde me entraron ganas de beber un cocktail en algún bar para descansar y probar algo nuevo. Encontré uno que tenía luces cálidas, música tranquila y alegre y un ambiente bastante agradable. Según entré por la puerta del bar, una chica se quedó mirándome. El cruce de miradas duró, al menos, 5 segundos, algo muy significativo como para saber que nos hemos dicho mucho simplemente con la mirada.
Una vez que estaba sentado en la barra y con la mirada puesta en mi cocktail, se acercó la chica que había visto nada más entrar por la puerta. Era muy hermosa: labios carnosos, piel clara, pelo castaño, ojos marrones, mirada profunda, sonrisa bonita, escote sugerente y un vestido suelto que, aparentemente, me permitía ver un poco de sus pechos. Lo primero que hizo fue preguntarme cómo me llamo, qué aficiones tenía, que hacía en México y por qué estaba solo en la barra. Al principio me sentí un poco nervioso ante tanta belleza, pero pronto me liberé de la presión y mantuve un diálogo muy interesante con la chica.
Al cabo de un rato me dice que es una chica escort y que por un módico precio puede quedarse conmigo toda la noche, tomando algo y charlando e, incluso, acudir a la habitación de mi hotel para dar fruto a la pasión. No obstante, me dice que ella no se acuesta con cualquiera, pero que yo tenía una fuerza interna que le atraía y que necesitaba descubrir. Yo le dije que me apetecía que estuviese conmigo y me hiciera compañía, de tal manera que mantuvimos la conversación durante un par de horas más. Era la primera vez que vivía una experiencia con putas en Mexico DF.
Se hizo de noche y fuimos a una discoteca donde ponían buena música para que bailásemos juntos; eso sí, algo que me sorprendió mucho es que por la calle fuimos agarrados de la mano hasta que, de repente en una esquina, me empezó a besar con lengua. Notaba sus labios carnosos y yo me empecé a excitar rápidamente. En la discoteca nos tomamos otro cocktail y bailamos en la pista. Continuamente arrimaba su culo hacia mi pene mientras que yo le daba besos en el cuello. A su vez, ella se giraba y me volvía a besar, del mismo modo que también me hacía caricias y me agarraba el pene por fuera del pantalón. Yo estaba tremendamente excitado y notaba que mi pene estaba completamente erecto. Por tanto, le propuse ir hasta mi hotel para que pudiésemos mantener una relación más íntima. Ella dijo que sí sin pensárselo; su excitación era tan intensa como la mía.
Una vez que llegamos al hotel, cerramos la puerta de la habitación y empezamos a besarnos de manera pasional. Ella se quitó el vestido, yo la camisa y el pantalón. Jamás había tenido una erección tan fuerte como la que tenía en ese momento. Mi pene estaba tremendamente duro y ella tenía la vagina muy mojada. Me la empezó a chupar junto a la ventana mientras que yo podía divisar las luces de la ciudad. Después, le comí la vagina e incidí especialmente en el clítoris. Su sabor era dulce, como si supiera a fresas con nata.
El siguiente paso fue la penetración. Introduje el pene por su vagina y la sensación fue tan placentera que parecía que estaba en el paraíso. Mientras tanto podía palpar sus pechos que, en realidad, eran perfectos: redondos, elevados y con pezones rosas. En el ombligo llevaba un piercing, la cintura era perfecta y las caderas no demasiado pronunciadas. Inmediatamente, me pide cambiar de posición y se monta encima de mí; se movía muy bien, lo hacía extraordinariamente bien. A continuación, pasamos a la posición del perrito. Tener su culo delante de mí fue excitante. Ella solamente gemía y yo sentía su vagina cada vez más húmeda. La penetración era muy fluida. Ella se debió de correr un par de veces por los gritos que hacía y que no fingía. Finalmente, sentí muchas ganas de correrme y decidí terminar sobre sus nalgas. El semen salió con tanta fuerza que se esparció por su espalda y el culo.
Una vez que terminamos nos quedamos relajados en la cama, hablamos un poco sobre lo excitante que había sido esa noche de pasión y ella decidió marcharse. Le pregunté cuánto dinero debía pagarle por su compañía, pero ella me dijo que no me iba a cobrar nada, ya que había sido una experiencia inigualable que jamás había tenido y que le había compensado tanta pasión conmigo. No quiso dejarme su número de teléfono y se marchó lanzándome un beso en el aire. Yo me quedé en la cama desnudo y completamente satisfecho por el sexo vivido en México. Eso sí que había sido un buen viaje para desconectar de mi vida.
Un comentario
Dejar un comentario