El capullo entró entre mis labios justo cuando el tío empezó a correrse, y sentí el primer churretazo de leche; tenía un sabor extraño, como jamás antes había probado. No era agradable, pero sí muy morboso, y supe que quería tragarme todo. Fue una corrida intensa, aquella lefa reposó primero en mi lengua, para luego ser engullida, mientras me distraía chupando el glande de aquel delicioso nabo.
–Tíos, tíos, ¿a que no sabéis de que me he enterado?
Todos los chavales que nos reuníamos en el parque nos agolpamos enseguida alrededor de Luisma, que era el adolescente con mejor información del barrio. Luisma se quedó un momento expectante, como viendo la reacción de sus amigos.
–¡Venga ya, tío! – casi le escupió el Juli, el más cabrón de nosotros.
Sonrió un momento y, después, Luisma, con cara de contar un secreto, nos dijo:
–Han visto al Juanma en el cine R, y le estaba haciendo una paja a un tío.
Las caras de incredulidad borraron cualquier otra expresión.
–Anda ya – le dijo el Juli, con gesto como de soltarle un sopapo – pero si el Juanma es un tío macho, macho, que yo lo he visto follándose a una tío aquí en el parque, por la noche…
Luisma no se rindió.
–Pues lo sé de buena tinta: lo descubrió el dueño del cine, y lo echó de la sala, así que la noticia está corriendo como la pólvora.
Otro de los nuestros intervino:
–Pero, si el tío es macho, como dice el Juli, ¿por qué le haría una gayola a otro tío?
Luisma aclaró el misterio:
–Según me he podido enterar, en ese cine van algunos chavales y les hacen pajas a otros tíos, y éstos les dan 25 euros por paja…
Mis amigos, y yo también, a qué negarlo, rompimos en una salva de improperios xenófobos.
–Pues yo, no por 25 euros, no por 25 millones, enseguida voy yo a cogerle el nabo a otro tío…
Como éste eran todos los comentarios. Claro que, si os digo la verdad, en mi cabeza empezó a bullir una idea.
Me presentaré: me llamo Calixto, tengo diecinueve años y vivo en una barriada de clase baja de Sevilla. No he sido un buen estudiante, y ahora intento conseguir trabajo, aunque con tan poca formación como tengo, me está costando lo mío. Soy bajito y poca cosa, incluso mis amigos me dicen que soy más feo que Picio, que es un señor que no he conocido, ni tengo ganas… El caso es que, con este panorama, comprenderéis que haya llegado a esta edad sin que haya podido mojar el churro… Vamos, que no me he podido tirar a ninguna tía.
Desde hace algún tiempo tenía la idea de ahorrar dinero para comprarme una mota. Veréis: en mi barrio, el que tiene una moto, moja, porque las tías, aunque seas más feo que el tal Picio, con tal de tener transporte, no les importa que se la metas en el chochito o hacerte una mamada. Pero yo no tenía ni trabajo, ni en casa me podían costear la moto, así que me veía como el de la película, «Virgen a los 40». El caso es que, cuando escuché aquello de los 25 euros por paja, mi mente empezó a calcular: si hacía unas cuantas pajas, podría conseguir dinero suficiente para dar la entrada de la moto, y después, con alguna que otra paja al mes, podría pagar el recibo mensual. Hombre, lo de agarrarle el carajo a otro tío no me hacía ni pizca de gracia, pero era una forma de salir de aquella virginidad que hacía que me matara a pajas todos los días…
Así las cosas, estuve madurando la idea durante todo el día. Por la tarde ni siquiera salí con mis amigotes, porque estuve dándole vueltas al asunto. Aquella noche le di una paliza a la almohada consultándole el tema, y (es verdad), me la casqué a mayor gloria de algunas de las tías en cuyos coños o bocas ya me veía corriéndome.
Al día siguiente ya lo tenía decidido. La mañana transcurrió quizá más largamente que otras veces, el pensamiento martilleando en la llegada de la tarde y lo que tendría que hacer, pero también en su recompensa.
Por fin, hacia las seis de la tarde, estuve a las puertas del cine R… Tragué saliva, y, respirando tres veces, saqué una entrada. En la sala la película había comenzado ya, así que me fui hacia el fondo del local, donde me imaginaba que sería la zona en la que se pondrían los pajilleros. Me movía despacio, pues sólo la iluminación de la pantalla arrojaba de vez en cuando cierta luz sobre la sala.
En la parte de atrás observé que la última fila estaba vacía: era una suerte, porque así podría tomar posiciones. Me senté en aquella última fila, y oteé el horizonte: en principio, parecía que todo el mundo estaba a lo que estaba, ver la película. Sin embargo, no habría pasado un minuto cuando un hombre que estaba en la fila inmediatamente anterior a la mía se levantó y, como quien no quiere la cosa, se sentó en mi misma fila, dos asientos más allá. Tragué saliva: parecía que aquel tipo podría ser un posible «cliente»…
Lo miré, con miedo y nerviosismo: ahora que estaba la cosa acercándose, no veía tan claro lo de sacarme la pasta para la moto. Menos mal que vino a mi mente a socorrerme la imagen de la Conchi, una tía que me encantaba, e imaginármela mamándome el nabo me dio fuerzas… El tío me miró entonces, de forma un tanto disimulada, pero evidente. Yo volví a tragar saliva y le aguanté la mirada. El tío entonces se levantó y se sentó a mi lado. Pude verlo entonces mejor: tendría algo más de treinta años, era moreno y de mediana estatura, no mal parecido, de complexión normal: en la vida habría pensado que aquel tipo pudiera ser maricón, pero allí estaba…
El hombre se sacó del bolsillo un billete de 50 euros, y yo me quedé casi petrificado. ¿No eran 25 euros? Bueno, tampoco le iba a hacer ascos a que me pagaran el doble… Me tendió el billete, yo lo cogí y me lo guardé en el bolsillo del pantalón. Entonces, el tío se echó para atrás en la butaca, y, en la penumbra de la sala, pude observar como se abría de piernas, como diciendo: ahora te toca a ti.
El corazón pugnaba por salírseme por la garganta. Estaba nerviosísimo, pero tenía que seguir adelante: ya había cobrado, y ahora tocaba mi parte. Alargué la mano hacia su bragueta y la puse encima. Aquel bulto estaba muy caliente; intenté entonces abrirle la portañuela, pero entre los nervios y la falta de costumbre de abrir braguetas extrañas, aquello se estaba poniendo difícil. El hombre me miró y se agachó un poco hacia mi oído:
–¿Es la primera vez, chico? – me susurró.
Asentí, con cierta vergüenza. El hombre me miró, y no supe descifrar aquella mirada entre las sombras de la sala. Entonces tomó mi mano y me ayudó a abrirle le bragueta. Me la puso sobre su paquete, cubierto ahora ya sólo por el bóxer, y aquella sensación de calor extremo se vio ahora redoblada por la impresión de que bajo aquella prenda interior había un volcán que pugnaba por entrar en erupción. Mi mano tocaba aquella superficie ardiendo, montañosa, un bulto de carne apenas tamizado por el tejido del bóxer. El tío se bajó la parte delantera de la prenda y se sacó el carajo; yo lo agarré tímidamente.
Era grande, bastante más grande que el mío, y más grueso. El tío me ayudó en el subibaja, enseñándome como se hacía. Yo, nervioso pero ya dispuesto a seguir adelante y hacer lo que tenía que hacer, empecé a hacerle una manola. La verdad es que aquel pedazo de carne caliente, en la semioscuridad de la sala, resultaba de lo más morboso, y me sorprendí sintiendo como mi propio nabo empezaba a llenarse de sangre, con un empalme como de burro. Aquello no podía ser, yo estaba haciendo una paja por dinero, pero no me gustaban los tíos. Atribuí entonces la empalmada a la situación, con el peligro de que nos descubrieran, y no le di más vueltas.
Seguí pajeando al tipo un ratito, hasta que éste me sujetó la mano. Ya está, pensé, hemos terminado, qué bueno que no ha querido correrse… Pero no era esa la intención del tío. El hombre me retiró la mano y me hizo retreparme en el asiento. No sabía de qué iba aquello, hasta que vi como el maricón me echaba mano de mi paquete y acercaba la cara a aquella zona de mi anatomía.
Me rebelé:
–No, eso no – le dije, en un susurro.
El tío me miró un momento y me dijo:
–¿Qué te creías, que te iba a dar 50 euros por una paja, además sin correrme?
Entonces entendí la largueza del billete. La verdad es que tenía razón. Pensándolo bien, nunca me habían mamado la polla, y una boca es una boca… Entonces decidí dejarme hacer, entre otras cosas porque tenía el nabo como una piedra, y nada más imaginar una lengua sobre él, me ponía a cien…
El tío, cuando vio que ya no había resistencia, me masajeó el paquete. Aquella mano sobre mi bulto le hizo ver que yo no estaba precisamente dormido, y el tío me miró con una media sonrisa. Abrió la bragueta, me sacó el nabo y, sin pararse un momento, se lo metió en la boca.
¿Sabéis eso que dicen de cuando se descubre algo por primera vez, que parece que suenan trompetas? Pues algo así me pasó cuando aquel hombre comenzó a chuparme la polla. ¡Qué placer se podía dar con la boca! El tío se metió mi verga enterita en su cavidad bucal, y me la chupó como si fuera lo último que iba a hacer en la vida… Yo estaba tan caliente que noté que me iba a correr.
–Oiga, que me corro, oiga… — le murmuré casi al oído.
Pero el tío, en vez de retirarse, redobló sus mamadas, y ya no pude parar. Sentí una oleada de placer inmenso mientras el hombre me estrujaba el nabo en su boca, succionando, chupando, tragándose aquellas largas raciones de leche que le fui alojando en la lengua. Ya no salía más, y el tío seguía chupándome el nabo, como esperando alguna gota rezagada…
Quedé exhausto. El hombre se retiró, finalmente, y me pareció ver un hilillo de mi esperma que le corría por la barbilla. Entonces el hombre me tomó la mano y me la puso de nuevo en su polla. Claro, quería que lo ayudara a acabar. Me parecía lógico, y después del placer que me había dado (y de la pasta, claro…), no me podía negar. Empecé a hacerle una manola, pero a los pocos segundos el tío me tomó por la parte de atrás de la cabeza y me hizo agacharme sobre su entrepierna. Pero, ¿qué quería aquel tío, que se la mamara? Hasta ahí podíamos llegar. Aunque, si debo decir la verdad, cuando vi su polla tan cerca, a pocos centímetros, tan grande y hermosa, pensé que era como un delicioso helado que estaba pidiendo ser comido… Pero no, yo era un macho, yo no podía hacer eso. El tío se estaba impacientando. Entonces le dije:
–Oiga, yo no la chupo
El tío se quedó mirando, y entonces sacó otros 50 euros del bolsillo y me los metió en el de mi pantalón. ¡100 euros en total! No recordaba haber tenido tanto dinero en mi vida. Claro que tenía que… Volví a mirar aquel nabo: podía medir sus buenos 18 centímetros, era bastante gordo y tenía un capullo totalmente descapullado. La visión era cada vez más sugestiva. El tío me insistió, presionando sobre mi cabeza, y no lo pensé más: abrí la boca y me acerqué un poco. Algo caliente, duro y blando a la vez, rozó mis labios, y aquel mínimo roce me produjo como un calambre, como un chispazo.
Mi polla, ahora a buen recaudo en mis pantalones, se despertó rugiendo, a pesar del reciente polvo, y se me puso dura en sólo unos segundos. Abrí más la boca y me introduje el capullo en la boca.
Lo chupé, al principio con inseguridad, después con más certeza. Era en verdad un bocado delicioso: tan esponjoso, tan cálido, tan lleno de fuerza… Me introduje más de aquel mástil en la boca, y entonces pude lamer los costados del carajo, con aquellas venas henchidas de sangre… continué tragando, y entonces noté que la punta del capullo chocaba en mi campanilla. Curioso, ahuequé como pude la garganta y, al tercer intento, conseguí que aquella mole de carne traspasara el umbral de la campanilla y se perdiera en mi interior. Estaba lleno, y sentía mi polla a punto de explotar, de nuevo; entonces me di cuenta de hasta qué punto aquella situación me estaba gustando: estaba chupándole el nabo a un tipo que no conocía de nada en la última fila de un cine, y estaba en el paraíso…
Me saqué un poco el nabo, porque pensé que había otras zonas que explorar: Sabía, por las pelis porno que había visto, que las tías lamían los huevos de los tíos y parecía gustarles mucho. Tomé nota mental de cómo lo hacían ellas, y empecé a chuparle los cojones al tío, que empezó a jadear calladamente. Lo miré, entre chupada a un huevo y a otro, y vi que estaba con los ojos cerrados, disfrutando de aquella mamada que (él no lo sabía) le estaba propinando un novato absoluto, un machito que hasta diez minutos antes lo que quería era follarse a una tía…
Entonces el tío abrió los ojos y me miró. Se acercó a mi oído y me susurró:
–Te doy otros 50 euros si me dejas que te folle.
Yo me detuve en seco en mi chupada. ¿Follarme? ¿Darme por el culo? Iba a levantarme para decirle que le diera por el culo a su padre, cuando me detuve: si chupar una polla era tan delicioso, ¿por qué no probaba la enculada? Eran otros 50 euros pero, sobre todo, y perdida ya la inhibición inicial, quería probarlo todo…
Así que, casi sin pensarlo, asentí. Entonces el tío me dijo que me pusiera entre las butacas, a cuatro patas, y que me bajara el pantalón y el bóxer. Casi temblando de excitación hice lo que me dijo. Un momento después allí estaba yo, con el culo al aire en el cine, aunque camuflado por la semioscuridad de la sala. El tío se puso tras de mí, e hizo algo que me extrañó: en vez de meterme el nabo en el culo, me metió la cara entre las cachas. Un momento después, noté su lengua húmeda en mi ojete, y aquella sensación me produjo una oleada de placer inenarrable…
Las que siguieron casi me hacen caer de bruces sobre el suelo, casi inerte, aunque pude aguantar sacando fuerzas de flaqueza. Por fin, el tío dejó de lamerme el ojete, y entonces noté algo más grande y más caliente. De un golpe me introdujo el capullo, y aunque tenía lubricado el ojete con las lamidas, creí morir de dolor. Menos mal que el hombre, previsoramente, me había tapado la boca, porque si no habría sido imposible no gritar.
Poco a poco el hombre fue metiéndome su polla en mi culo, y conforme lo iba haciendo el dolor se iba transformando en un sordo, inconcebible placer, que me fue llenando, como me llenaba ya su carajo, sintiendo sus huevos golpeando sobre mis cachas. El tío empezó un metisaca, primero más despacio, después con más fuerza.
Entretanto, me sacó por la cabeza la camiseta que yo llevaba, y sentí como por abajo me quitaba los pantalones y los bóxers. Me quedé entonces totalmente desnudo en aquella última fila del cine, ensartado por la polla del hombre que me estaba descubriendo el placer de tomar por el culo. En un momento dado me pidió que me diera la vuelta y me pusiera tumbado sobre el suelo: le obedecí, porque quería que aquel placer no acabara nunca. Cuando estuve así, me tomó las piernas y las levantó, poniéndoselas sobre su pecho. Entonces me la volvió a meter, y noté entonces como entraba más a fondo que antes, completamente. Siguió con el metisaca, y a cada embolada yo sentía que el placer era más intenso. No quería que aquello acabara nunca, pero, claro está, tenía que acabar. Noté que el hombre se aceleraba, y entonces hizo algo que no me esperaba: se salió de mi culo y me puso la polla delante de la boca; entendí lo que quería, y sin pensármelo, abría la boca.
El capullo entró entre mis labios justo en el momento en el que el tío empezó a correrse, y sentí el primer churretazo de leche; tenía un sabor extraño, como jamás antes había probado. No era especialmente agradable, pero sí muy morboso, y supe que quería tragarme todo aquello. Fue una corrida larga, intensa, muy productiva, y aquella lefa reposó primero en mi lengua, en mi boca, para luego ser engullida, mientras me distraía chupando el glande de aquel delicioso nabo. Cuando quedó claro que no había más leche que chupar, el hombre se levantó, se arregló y se fue, sin decirme nada. Yo seguí en el suelo, porque aún no podía racionalizar lo que había pasado. En ese momento me di cuenta de que había movimiento detrás de mí, y vi como otro hombre, quizá de 40 años o así, se asomaba sobre mí, con el nabo en la mano. No llevaba dinero en la otra, pero no me importó: abrí la boca, y el hombre me la metió. Era más pequeña que la del anterior, pero también era gustosa. No tardó mucho en correrse, y menos en marcharse.
Aún seguí un rato más en el suelo, pensando que quizá viniera algún otro hombre, pero no fue el caso. Escuché la música que preludiaba el final de la película y me incorporé enseguida, vistiéndome como pude entre la penumbra de aquella última, y tan sensual, fila.
Desde entonces (eso ocurrió el mes pasado, agosto) me he hecho un fan del cine R… Voy todos los días, aunque den la misma película. La verdad es que estoy haciéndome de un capital, porque se ha corrido la voz entre los maricones que lo frecuentan que hay un chavalito que hace de todo, y la verdad es que no me falta clientela. Sé ya lo que es que se te corran dentro del culo, y lamer el ojete de otro tío. No hay día que no me chupe cuatro o cinco pollas, e incluso el otro día un tío me metió un consolador enorme por el culo mientras yo me tragaba su leche.
¿Queréis que os diga la verdad, aquí, donde no hay peligro de que lo lea ninguno de mis amigotes del barrio, donde sigo siendo tan machito como siempre? Aunque no me pagaran, yo lo haría igual. He descubierto el sentido de mi vida sexual, y tengo la intención de comerme todos los carajos que pueda, de tragarme toda su leche, y de que me follen para siempre, para siempre…
Autor: El quijote de la radio
Un comentario
Dejar un comentario