Se dice que las casas de citas, son lugares de placer oculto donde se encuentran las mejores escorts barcelona. En esta cosmopolita ciudad que alberga una infinidad de placeres, es el hogar de muchas de ellas…
En este caso, Amelia no era una visitante casual; era una habitué, una clienta que entendía los códigos y el arte del juego. Allí, el anonimato y la seducción se entrelazaban en una danza secreta. Ella, una veterana del amor sin compromiso, en aquel tiempo tendría 7 años dentro del sector, tanta experiencia deja relatos memorables.
La noche envolvía Barcelona con su manto de luces tenues y sombras sugerentes. Las Ramblas, emblemática calle de la ciudad con su bullicio atenuado por la madrugada, eran testigos del andar seguro de Amelia. Con paso decidido por las calles adoquinadas del Barrio con dirección a Les Corts, sintiendo el roce de sus tacones contra la piedra. Sabía exactamente a dónde se dirigía y lo que le esperaba al cruzar aquella puerta de madera de roble de cristales ahumados.
Al cruzar el umbral, un aroma a incienso semejante al higo la envolvió. La música suave vibraba en el aire, creando una atmósfera envolvente. El suelo de madera reflejaba las luces doradas de las lámparas, y los sofás de terciopelo invitaban a la complicidad. Una encargada de traje impecable la recibió con una copa de champán y una sonrisa cómplice.
—Señorita Amelia, su elección de esta noche ya la espera en la habitación 9.
—Dijo la encargada
Ella tomó la copa y subió las escaleras con calma, disfrutando cada segundo de la anticipación. A través de las ventanas altas, la ciudad seguía vibrando en la noche, ajena al universo de fantasías que se desplegaba dentro de aquellas paredes. La puerta entreabierta la invitaba a entrar. Al otro lado, un hombre la observaba desde el borde de la cama, con una mirada que prometía secretos susurrados y caricias audaces.
—Me alegra verte, Amelia —su voz era profunda, envuelta en un tono de complicidad.
—Lo mismo digo, Erik —respondió ella con una sonrisa traviesa, dejando caer su abrigo al suelo, revelando la lencería de encaje que apenas cubría su piel ardiente.
Él se levantó lentamente, acercándose a ella con movimientos estudiados, como un depredador saboreando la inminencia del contacto. Sus dedos rozaron su brazo con una caricia casi imperceptible, generando un escalofrío que recorrió su espalda. Sin apartar la mirada, deslizó sus manos por su cintura, atrayéndola con suavidad hacia su pecho.
—Siempre eliges el negro —murmuró él, deslizando un dedo por el borde del encaje, quitándo el sujetador.
—Porque sé que te gusta —susurró Amelia antes de inclinarse y rozar sus labios con los de él, provocándolo.

La primera caricia fue sutil, un roce efímero que encendió la llama de la urgencia. Cuando sus bocas finalmente se encontraron, el beso fue lento, profundo, cargado de intenciones. Erik la sostuvo con firmeza, deslizando sus manos por su espalda, bajando aún más allá mientras exploraba su piel con la devoción de quien saborea cada instante.
En este punto la excitación de Amelia, no podía esconderse, su cuerpo la delataba, sus pezones erguidos y su respiración agitada la dejaba en evidencia
Las manos de Amelia encontraron los botones de la camisa de Erik y los fueron desabrochando con calma, disfrutando la textura de su piel cálida bajo sus dedos. Él le apartó un mechón de cabello antes de inclinarse y recorrer con sus labios la curva de su cuello, arrancándole un suspiro. Mientras bajaba Erik, acariciaba sus pechos con mucha suavidad
—Siempre me haces esperar demasiado —murmuró él con una sonrisa contra su piel.
—Y siempre vale la pena, ¿no crees? —respondió ella, entrelazando sus piernas con las de él al dejarse caer sobre la cama de terciopelo.
Erik la contempló por un momento, sus ojos recorriéndola con deseo abierto y sin prisas. Se inclinó sobre ella, sus labios trazando un sendero de besos ardientes, siguiendo el contorno de su cuerpo. La tela fina de lo que quedaba de su lencería apenas era una barrera entre ellos, y cada roce avivaba la tensión.
El aire se volvió más denso, la habitación impregnada de la esencia del deseo compartido. Las sombras creadas en los espejos acoplados en el techo fueron testigos de semejante derroche pasional. Sus cuerpos se entrelazaron en un ritmo pausado pero intenso, una danza silenciosa donde cada gemido ahogado y cada roce hablaban más que las palabras. Amelia se dejó llevar, exclamando con dureza:
— Tómame más fuerte…
Erik procede voltear a Amelia, recostado su pechos contra la pared de la lujosa habitación y procede a aumentar la intensidad del encuentro
Durante más de dos horas, lo único que se escuchaba en ese espacio eran los gemidos de placer de Amelia y Erik, ambos, entregándose al placer con la certeza de que aquella noche en Barcelona apenas comenzaba.
El silencio se apoderó de la habitación cuando el último suspiro de ambos se desvaneció en la penumbra. Los cuerpos, exhaustos, pero satisfechos, descansaron juntos, entrelazados, como si el tiempo se hubiera detenido por un momento. La ciudad de Barcelona, que había sido testigo de su encuentro, continuó su ritmo, ajena a lo que acababa de ocurrir. Erik se levantó primero, con la misma calma y seguridad que siempre lo caracterizaba. Miró a Amelia, aún recostada, con una sonrisa casi imperceptible en los labios. No necesitaba decir nada. Sabía que, como todas las otras noches, todo lo vivido era efímero, pero perfecto en su momento.
Días después, Erik aterrizó en Valencia. Su viaje era debido a una negociación crucial con una reconocida multinacional. El cierre del trato definiría el rumbo de su empresa para los próximos años. Luego de quizás uno de los puntos de inflexión más importantes de su vida, Erik decidió solicitar los servicios de una acompañante de lujo.
En la ciudad del Turia, también mundialmente reconocida por sus obras arquitectónicas, su rica herencia romana, y por supuesto su mundo nocturno no se queda muy atrás de la famosa ciudad condal cuando de escorts se refiere.
Más tarde esa noche.
—Señor Erik, su elección de esta noche lo espera en el salón privado.
Al cruzar la puerta, sus ojos se encontraron con los de Helena.
Era una mujer de aura magnética, con una elegancia innata que no necesitaba esfuerzo para cautivar. Su piel dorada brillaba bajo la luz tenue, y su cabello rubio enmarcaba un rostro de facciones marcadas y labios que prometían secretos inconfesables. Vestía un conjunto de seda color burdeos que realzaba cada curva con una sofisticación peligrosa.
—No esperaba recibir a un hombre tan puntual —dijo ella, con un acento leve, una mezcla entre ruso y lo que parecía ser lituano, que Erik no pudo identificar de inmediato.
—Y yo no esperaba una compañía tan intrigante —respondió él, tomando asiento junto a ella.
Helena sonrió, cruzando las piernas con un movimiento calculado.
—Espero que Valencia le haya tratado bien. Aunque tengo la impresión de que la mejor parte de su estancia empieza ahora.
Erik sostuvo su mirada con la misma intensidad. La chispa de la anticipación se encendió entre ellos, creciendo con cada palabra, cada gesto sutil. Después de un par de copas y una conversación llena de dobles sentidos, Erik quiso saber más sobre ella.
—Helena… ¿es tu nombre real? —preguntó con genuina curiosidad.
Ella dejó escapar una sonrisa traviesa antes de responder.
—Es mi nombre de escenario. En este mundo, a veces es mejor separar las identidades. ¿Importa?
—No —dijo Erik, acercándose más—. Lo que importa es quién eres ahora, aquí conmigo.
Helena lo estudió un instante, como si evaluara sus palabras. Luego, se inclinó y rozó sus labios con los suyos.
Decidieron continuar la noche en un elegante hotel con vistas al puerto. En el ascensor, Erik la acorraló suavemente contra la pared, sus labios rozando los de ella con provocación. Helena dejó escapar un suspiro apenas audible cuando sus dedos recorrieron su cintura, acercándola más a su cuerpo.
—¿No te interesa saber quién soy realmente? —preguntó Erik, su tono más profundo y penetrante, mientras sus ojos se mantenían fijos en los de ella. La atmósfera se cargó con electricidad, una mezcla de desafío y atracción.
Helena lo miró con una expresión de indiferencia, pero había algo en sus ojos que delataba una lucha interna. Se reclinó en la silla, sin apartar la vista de él.
—¿Crees que es tan fácil? —dijo con una sonrisa, pero su voz era un susurro, casi cómplice. Aunque su tono era desafiante, había una suavidad en sus palabras, como si la batalla interna por mantener las distancias fuera más difícil de lo que quería admitir.
Erik no respondió de inmediato. Su mirada descendió hacia sus labios, saboreando el momento. Podía ver que ella intentaba mantener esa fachada de mujer inaccesible, pero algo en la tensión entre ellos decía lo contrario. Se acercó más, sin decir una palabra, hasta quedar a pocos centímetros de su rostro. El aire entre ellos se volvió espeso, cargado de una necesidad que parecía no poder frenarse.
—¿A qué le temes, Helena? —preguntó, su voz suave, casi un susurro. En sus palabras había una invitación que ella sabía que no podía rechazar. Su mirada se desvió hacia su cuello, trazando con los ojos cada curva de su piel.
Helena respiró hondo, dejando escapar un leve suspiro. Por un momento, sus ojos se cerraron, como si estuviera evaluando si debía ceder o no. Cuando los volvió a abrir, la mirada era diferente. Ya no había el mismo control, había algo más.
—Lo que más tememos… es lo que no podemos controlar —dijo con voz baja, su tono un poco más suave, más vulnerable. Sus dedos se deslizaban lentamente por la copa de su bebida, sin querer separarse del contacto visual con él.
Erik aprovechó ese instante, acercándose aún más, su rostro casi pegado al suyo. La tensión era insoportable, pero de una forma que los excitaba a ambos.
—¿No quieres ver qué tan lejos podemos llegar? —preguntó, su respiración rozando sus labios. No esperó una respuesta verbal. Con un movimiento rápido, tomó su rostro con una mano, bajando sus labios hacia los de ella con determinación.
El beso fue una chispa que encendió todo de inmediato. Sus labios se encontraron con fuerza, con una urgencia que hacía tiempo que ambos deseaban. Los dedos de Erik recorrían su cuello con suavidad, mientras su otra mano deslizaba por su cintura, atrayéndola más cerca de su cuerpo. Helena, al principio rígida, comenzó a ceder, dejando que sus labios se abrieran, que su cuerpo se soltara, respondiendo con la misma intensidad.
Helena no pudo evitar un pequeño gemido cuando la mano de Erik recorrió su espalda, presionando su cuerpo contra el de él. Su piel ardía por el contacto, y las capas de control que había mantenido durante todo el encuentro empezaron a desmoronarse. Erik podía sentir cómo su respiración se aceleraba, cómo el deseo de ambos crecía sin freno.
Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban con dificultad. Helena no podía mirarlo de la misma manera. La mujer sofisticada e inaccesible que había sido minutos antes ahora parecía más vulnerable, más deseosa. Su mirada estaba fija en sus labios, y un leve sonrojo cruzó su rostro.
—No quería… —comenzó, pero Erik la interrumpió, besándola de nuevo, esta vez con más urgencia.
—Lo sé —murmuró contra sus labios, mientras sus manos comenzaban a explorar su cuerpo con mayor seguridad, guiando sus movimientos hacia el ascensor. Las puertas se cerraron, y el suave zumbido del ascensor no era más que el preludio de lo que iba a seguir.
Cada segundo estaba cargado de deseo, de anticipación. Erik la rodeó con sus brazos, guiándola hacia él. Helena, ahora sin resistencia, se entregó a él, dejando que sus manos recorrieran su cuerpo con posesividad. Cada caricia parecía derribar una barrera más, cada roce de piel era una declaración de lo inevitable.
La puerta del hotel se cerró con un suave clic, y la atmósfera, cargada de tensión y deseo, se intensificó en el aire. Erik la llevó con firmeza hacia la habitación, sin perder ni un instante de contacto visual. Cada paso que daban parecía acortar la distancia entre ellos, y el deseo, palpable en cada uno de sus movimientos, les consumía a ambos.
Helena, ahora completamente entregada, lo observó con una mezcla de desafío y rendición, como si fuera incapaz de detener lo que ya había comenzado. Su cuerpo temblaba ligeramente, pero esta vez no de frío, sino de anticipación. Cada parte de ella le deseaba, y en ese momento, ya no había espacio para las dudas.
Erik se detuvo frente a la ventana, donde la ciudad se extendía ante ellos. La suave luz de las farolas iluminaba el puerto de Valencia, creando sombras que danzaban sobre el agua. Tomó el rostro de Helena entre sus manos, obligándola a mirarlo. La atracción era tan intensa que casi podía saborearse en el aire.
—¿Qué haces en este mundo, Helena? —le susurró, como si fuera la pregunta más importante del momento.
—Sobrevivo —respondió ella, con una sonrisa que no llegaba a ocultar la vulnerabilidad que ahora dejaba entrever en su mirada. Sin embargo, era una respuesta que solo ocultaba parcialmente lo que sentía. No podía dejar que él lo viera.
Erik la atrajo hacia él, besándola con la misma fuerza que había hecho cuando entraron en el ascensor. Esta vez, sin barreras, sin reservas. La pasión se desbordaba entre ellos, y cada roce, cada beso, era una promesa de lo que estaba por venir.
El aire en la habitación se volvió más denso, más cargado. Erik la desvistió con movimientos precisos pero posesivos dejando ver su marcada figura. Helena no podía ocultar el deseo, disfrutando de cada segundo, de cada pequeña reacción que provocaba en ella. Helena, al principio una mujer implacable, ahora se encontraba perdida en una vorágine de sensaciones que ya no podía controlar. Cada toque de Erik la sumía más en su propio deseo, más allá de cualquier intento de resistirse.
Erik empezó a bajar más y más por debajo de su ombligo, en la misma medida Helena gemía más y más fuerte. Helena no pudo controlarlo, no sabía qué le ocurría con ese hombre. Erik comenzó a lamer, al principio con suavidad pero en una escalada de tensión siguió aumentando la velocidad, Helena seguía gimiendo cada vez más, es entonces cuando Erik tapa su boca con su mano, y continua pero aún ritmo mucho más feroz. En este punto Elena, no podría aguantar mucho más, es entonces cuando Erik la agarra con firmeza y coloca a Elena a cuatro, prosigue tomando sus manos entrelazándolas detrás de su espalda y penetrándola cada vez más y más fuerte. Los gemidos de Elena quedaron ahogados entre las almohadas y el colchón.
Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban con dificultad, sabiendo que lo que acababan de vivir era solo el principio de algo mucho más intenso. Erik no quería apresurarse, pero su deseo era tan grande como el control que había ejercido sobre ella. Con una sonrisa, la tomó por la cintura y la besó una vez más…
Unos días después, Erik y Helena se encontraban en un elegante vuelo privado rumbo a Ginebra. La ciudad, famosa por su sofisticación, se perfilaba como el siguiente escenario de su juego. A medida que el avión descendía, Helena observó las aguas del Lago Lemán de Ginebra, con las montañas al fondo, cubiertas de nieve. La escena era tan imponente como la ciudad misma.
Ginebra, con su mezcla de cultura y lujo, era el lugar perfecto para continuar lo que había comenzado en Valencia. El barrio de Eaux-Vives, donde se hospedaban, es conocido por su ambiente exclusivo, su cercanía al lago y, como era de esperarse, por ser un punto de referencia para quienes buscan las mejores escort geneve.
Las calles estaban llenas de boutiques de lujo, restaurantes refinados y galerías de arte, un lugar que reflejaba perfectamente el estilo de vida que Erik había aprendido a dominar.
La noche en Ginebra avanzaba lentamente. La ciudad, sumida en su calma nocturna, reflejaba las luces de los edificios sobre el Lago de Ginebra. Helena y Erik se encontraban en la suite, envueltos en la quietud de un silencio que hablaba más de lo que ambos querían admitir. Habían recorrido la ciudad, cenado en un restaurante exclusivo, pero algo en el aire había cambiado, como si el peso de los días anteriores hubiera dejado su marca. La conexión entre ellos, que había comenzado como un juego de poder y deseo, ahora se sentía más profunda, más palpable.
Erik se encontraba junto a la ventana, observando el reflejo de las luces sobre el agua, mientras Helena lo observaba desde la distancia, aún con la misma actitud altiva y distante que había mostrado desde el principio, pero ahora, de alguna forma, más vulnerable. A pesar de su fachada de control, ella sabía que algo había cambiado. El deseo entre ellos seguía presente, pero la atmósfera era diferente.
—No me has preguntado por qué estoy aquí —dijo Helena, rompiendo el silencio.
Erik se giró lentamente, su mirada fija en ella, pero su expresión implacable, controlada, no mostraba signos de duda.
—No es necesario —respondió, su voz profunda, calculada—. Ya sé por qué estás aquí. Y no tengo intención de que nada de esto cambie.
Helena dejó escapar una sonrisa sutil, casi desafiante, como si en sus palabras estuviera también una aceptación tácita de su propia debilidad, aunque no lo reconociera abiertamente.
—Es curioso cómo sabes exactamente qué quiero —dijo ella, caminando hacia él con pasos lentos pero decididos—. Aunque nunca has preguntado por qué.
Erik la observó, con una mezcla de curiosidad y admiración, pero sin dejar de mantener el control. En todo este tiempo, había aprendido a leer cada gesto de Helena, cada mirada. No había duda de que se había entregado a la dinámica de su relación, pero también sabía que ella no era el tipo de mujer que caía fácilmente en los juegos de poder. Y en ese instante, él disfrutaba de esa ambigüedad, de esa tensión que siempre le había fascinado.
—Lo que quiero está claro, Helena —dijo Erik, tomando su mano y llevándola hacia él con suavidad, como si todo estuviera en sus manos. Su rostro se acercó al de ella, sus labios casi rozándola—. Y lo que no quiero, también lo sé.
Helena lo miró fijamente, sus ojos buscando algún tipo de respuesta en los de él, pero lo único que encontró fue esa certeza que Erik siempre tenía: su control sobre la situación era absoluto, pero sin el menor atisbo de vulnerabilidad.
Entonces, en un gesto inesperado, Helena levantó su rostro y lo besó con intensidad, como si finalmente dejara ir todas las barreras que había mantenido durante tanto tiempo. La pasión entre ellos estalló de inmediato, pero esta vez, no había un juego de poder, ni una lucha por el control. Era solo deseo, pura y simple atracción.
La noche continuó, sin que ninguno de los dos hablara más. Ningún «te quiero», ni promesas vacías. Solo el silencio que seguía a cada caricia, a cada beso, mientras el deseo y el control seguían siendo la única constante.
Cuando la madrugada llegó, Erik se despertó primero, como siempre lo hacía. Observó a Helena, dormida a su lado, su cuerpo perfectamente delineado por las luces suaves que entraban por la ventana. A pesar de la intensidad de lo vivido, no había en él el más mínimo vestigio de arrepentimiento. Para él, todo esto había sido parte de un juego que había disfrutado por completo.
Se levantó sin hacer ruido, vistiéndose con la misma precisión con la que había vivido cada momento de su encuentro con ella. Antes de salir de la habitación, echó un último vistazo a Helena, quien seguía profundamente dormida.
Él nunca había buscado más. No necesitaba nada más.
Con una última mirada a la ciudad que se despertaba, Erik salió de la habitación, dejando atrás una huella de su paso, como siempre lo hacía. En el fondo de su mente, sabía que, al igual que todas las demás, Helena se convertiría en un recuerdo más, uno que disfrutaría sin más implicaciones.