Me llamo Rocio, tengo 38 años, estoy casada y soy muy feliz. Soy de estatura media a alta, blanca, y bastante buenota, como dice mi esposo. En mi vida personal me considero satisfecha, y por lo mismo nunca he engañado a mi marido, en realidad jamás he estado con otro en la cama, aunque alguna vez he fantaseado con ello sólo por imaginar cómo se sentirá. En fin, les contaré mi historia. Resulta que tenemos una pareja de amigos, ahora matrimonio, desde que éramos chiquillos. Tenemos mucha confianza y nos visitamos frecuentemente, ya que vivimos en la misma colonia. Ellos tienen dos hijos, Paula de 16 y Ricardo de 18; nos dicen tíos a mi esposo y a mí porque nos conocen desde siempre. Hace un tiempo nuestros amigos salieron de viaje por dos semanas y me pidieron que visitara de vez en cuando a los chicos para ver cómo estaban. Como otras veces accedí, pero sólo yo podía ir ya que mi esposo trabaja fuera de la ciudad y llega sólo cada cinco días. Una tarde que fui a ver a los chicos, Ricardito estaba solo viendo tele, ya que Paulita tenía clases hasta tarde.
Me invitó a mirar un programa con él y acepté de inmediato porque estaba aburrida y no tenía nada qué hacer. Minutos más tarde, Ricardito me dijo poniéndose colorado que tenía un problema muy personal y me preguntó si podía confiar en mí. «¡Por supuesto que sí! -Le respondí-, soy tu tía, te quiero y haré lo que sea por ayudarte.»
-Lo que pasa, tía… pero no te enojes por favor, es que nunca he visto ni una parte del cuerpo de una mujer, solamente en fotos y parece que se me nota porque mis amigos se burlan de mí. Yo sé que es una locura, tía, pero… ¿tú podrías mostrarme algo? te juro que sería nuestro secreto y jamás se lo diría a mis padres. Eres la mujer más linda que conozco y no tengo confianza con nadie más como para pedirle este tremendo favor.
-Pero, Ricardito… es una verdadera locura lo que me pides, tan sólo imagina si tus padres se enteraran…
Me juró y me perjuró que jamás les diría nada, que lo que yo quisiera mostrarle estaría bien, que yo le había ofrecido hacer lo que fuera por él y ahora le estaba fallando. Eso me conmovió. «No quiero fallarte nunca -le dije, y después le advertí-: Te voy a mostrar sólo lo que yo quiera y será nuestro secretito.» Su cara de contento y un sonoro beso en mi mejilla me animaron a seguir. Me paré delante del televisor, lo apagué, y comencé a sacarme lenta y nerviosamente el suéter, mostrando un coqueto sostén de encaje blanco que dejaba traslucir mis pezones, que por alguna extraña razón, se habían parado. Dudé por un momento, pero la sola idea de que ese chiquillo, sin saberlo, había alimentado los más eróticos deseos en mi mente, me animó; así que después, dándole la espalda, lentamente desabroché la prenda y la dejé caer. «Dame un momento para atreverme antes de darme vuelta.»
-Tía, mejor date vuelta lentamente y con los ojos cerrados para que no te sientas mal.
-Buena idea.
Esperé unos segundos, sentía que el corazón se me salía del pecho, era una sensación rara, morbosa diría yo, reconocí espantada en mi interior que aquella situación no sólo me tenía nerviosa, sino caliente. Cerré los ojos y lentamente comencé a dar la vuelta, en ese momento varios pensamientos pasaban por mi mente, pensaba que entraba abundante luz del ventanal, que ya estaba de costado hacia él y de seguro ya podía ver la silueta de mis tetas, recordé mis pezones parados y me dio vergüenza. Finalmente estuve de frente a él, con mis ojos cerrados sentía su mirada, recuerdo que pensé: «Ojalá que le gusten mis pechos, sería terrible haber pasado por esto y que no le gustaran.» También me avergoncé por ese pensamiento, igual que en aquellas noches en que extra
ñaba a mi marido y acababa pensando en Ricardo. De pronto, un sonidito extraño me llamó la atención y dándole la espalda comencé rápida y nerviosamente a vestirme. Cuando terminé, tardé un rato en mirarlo a la cara, finalmente le pregunté: «¿Y qué te pareció? Espero no haberte defraudado. Aaah, tía, tus senos son más lindos que todo lo que había imaginado, incluso hice algo que tal vez no te guste -me dijo bajando la vista-: estaba tan maravillado que no pude aguantar la tentación y te tomé una foto.»
Al ver mis ojos desorbitados por lo de la foto se apresuró a agregar: «¡Pero no te preocupes, tiita, fue con mi cámara digital y tu foto no la revelarán, así que nadie más que yo te verá. La voy a guardar en mi computadora y tú sabes que ni mamá ni papá se meten allí jamás.» Su actitud parecía sincera, además que de imaginarlo masturbándose con mi foto, mi corazón nuevamente se aceleró. «Bueno -le dije nerviosa-, me tengo que ir y, por favor, que sea un secretito entre nosotros.» Salí rápidamente y mientras caminaba hacia mi casa pensé que después de todo no fue tan malo, hasta me gustó y además, ya había pasado. Esa noche, al revisar mi correo electrónico, di un salto al encontrarme con un e-mail de Ricardito donde venía mi foto, me asusté mucho y la borré enseguida. Nuestra hija a veces nos visita y usa la computadora; me estremecí pensando en que pudiera verme casi desnuda en la sala de nuestros amigos, pues los muebles se veían perfectamente. Además, mi esposo también usa la máquina, ya que para sus negocios el e-mail es importante. Al día siguiente no pensaba ir a su casa, aún me sentía incómoda, pero Ricardito me llamó por teléfono diciendo que fuera por favor, que quería decirme algo. Acepté y partí como a las tres de la tarde.
Al llegar, de nuevo estaba solo y me contó que la Paula estaba preparando un examen con una compañera, que llegaría tarde y podríamos conversar tranquilos. Pasamos a la sala y lo primero que le pregunté fue porqué me había mandado la foto, que era muy peligroso y que no lo volviera a hacer. Me dijo que me veía tan linda que quiso que me robara y agregó que en la noche había estando mirando mucho mi foto, lo que me hizo sonrojar y su rostro se torno muy serio.
-Tía, tú sabes que yo te quiero mucho y ahora más, porque compartimos otras cositas. Por favor, no te enojes, compréndeme, es algo muy especial para mí y por lo mismo… quiero mirarte de nuevo, pero esta vez, quiero que te quedes sólo en calzones.
– ¡Estás loco! -Compréndeme, tía, todo muchacho de mi edad sueña con algo así y yo no quiero perder esta oportunidad, estoy tan desesperado que de nervios pensé en mandarle un e-mail al tío.
– ¡¿Qué?! Ahora sí te pasaste, Ricardito, mira con lo que me sales. ¿Así me agradeces lo comprensiva que he sido contigo? Te voy a dar gusto, pero sólo porque con esa maldita foto me tienes atrapada.
A continuación cerré las cortinas I de la sala y me paré en la semipenumbra, en el centro de la habitación, sobre la gruesa alfombra redonda; él se sentó cómodamente en el sofá con cara de ansioso. Comencé sacándome el suéter, luego me desabroché la falda larga que llevaba, la cual cayó sola. Quedé sólo con el sostén y mi tanga de encaje azul. Después me saqué lentamente el sostén mostrándole nuevamente mis tetas, el corazón casi se me salía, veía su cara de asombro, parecía gustarle mucho el espectáculo y me dijo: «Gira lentamente, tía, quiero verte por todos lados.» Obedecí en silencio. Después de unos minutos, me dijo con voz nerviosa: «Ya que reconoces, tiita, que te tengo atrapada… quiero que te saques también el calzón.» Intenté protestar pero me di cuenta de que era inútil, estaba a merced de un chiquillo que quería explorar lo erótico, era su juguete.
Sentía una mezcla de humillación, indefensión y también mucho morbo. Le di la espalda y me bajé la tanga, quedé completamente desnuda para él, estaba paralizada, no sabía qué hacer, su voz me sobresaltó. «Date vuelta, tía, y
… acércate.» Lo hice, y cuando me paré frente a él, un rayo de sol se colaba entre las cortinas y caía sobre mí, regalándole todos los detalles de mi cuerpo. Me dijo: «Recuéstate a mi lado, a lo largo en el sofá.» Intenté acomodarme, pero con él sentado en un extremo no cabían mis piernas. Le dije: «No puedo, no quepo contigo ahí.» A lo que respondió: «Si abres las piernas mucho y pasas la izquierda por atrás mío, sobre el respaldo, cabemos los dos.» ¡Me quería con las piernas abiertas! Yo con mi pepita depilada y sólo con un pequeño mechón arriba, como le gusta a mi esposo. A esas alturas ya estaba resignada, así que me coloqué en posición. Cuando me miré la concha me avergoncé mucho, ahí estaba, pe-ladita, rosada, con los labios semiabiertos y mojados; ¡nunca olvidaré la cara de Ricardo al verme! Por primera vez vi distinto su rostro, no era el del joven que conozco desde bebé, era el de un Hombre, uno que estaba tremendamente caliente, que tenía un juguete sexual y no sabía qué haría con él.
-Ábretela mucho… eso es, recórrela con un dedo… muy bien, siegue así, ¡oh, tía, qué bien lo haces! En ese punto yo ya no daba más de caliente, mi sexo estaba empapado y al estar peladito se notaba claramente; mi dedo se perdía a ratos en el interior, gemía desesperada, me la abría al máximo, quería que me mirara muy bien, que me viera todo, que observara a su tía descontrolada de deseo, que memorizara mi pepita mojada con mi dedo hasta adentro. No tenía límites, ya todo mi pudor se había ido a la cresta, no podía creer que le estuviera haciendo un show sexual a Ricardito, si ni a mi marido se lo he hecho jamás. Fue tan fuerte y especial sentirse un objeto de deseo. Estaba en lo mío, acariciando mis agujeros con mi dedo, hasta que por fin se decidió y sentí un dedo suyo entrando junto al mío.
-Eso es, mi muchachito, hazme lo que quieras, soy tuya para que juegues, tu tiita es tuya, toda tuya… así, así, aprende a gozar con una mujer. ¿No es rico?
Aprovéchame que así como estoy no tengo fuerzas para negarte nada. Sus dedos me exploraban la gruta, nunca habían tocado ninguna, me abría los labios, me acariciaba el culo, amasaba mis tetas, pellizcaba mis pezones y yo gemía como loca. Me sentía abandonada a sus caprichos, para él sería lo que quisiera. De pronto soltó un gemidito ahogado y supe que había acabado, en ese momento acabé yo también quedando allí, cansada, mareada y por primera vez, pensando en su pito. Intenté adivinar cómo lo tendría. ¿Sería largo, grueso?
Me di cuenta de que si él hubiera querido cogerme yo lo habría dejado, estaba como loca de caliente. Me vestí, y sin decir nada, partí a casa. Curiosamente, no me sentía tan mal, era rico sentirse tan deseada, y lo forzado de la situación como que me liberaba de culpa, de alguna forma mi conciencia no me atormentaba, me preguntaba en qué terminaría todo, no lo sabía, estaba atrapada por él… Un par de días después de nuestro último encuentro en aquel sillón de su sala, Ricardo me llamó por teléfono para pedirme que fuera esa tarde sin falta. Bastante nerviosa por lo que podría pasar llegué como a las cuatro, ya que a esa hora él estaría de vuelta de practicar deporte como todos los jueves. Entré con la llave que me dejaron preguntando desde la puerta si alguien estaba en casa, me respondió él desde arriba diciendo que se estaba duchando, que subiera y lo esperara un momento.
Cuando estuve junto a la puerta del baño pregunté en voz alta por su hermana; me dijo que andaba media loca con unos trabajos del colegio y no llegaría hasta tarde, que no me preocupara y que lo esperara en el dormitorio de sus padres. Cuando iba cruzando la puerta, me gritó desde el baño: «Tía… espérame desnudita.» Sentí un súbito calor en la cara al oír aquello, entré en la alcoba, estaba con las cortinas cerradas, en semipenumbras y un disco de Enya sonaba suavemente desde algún lugar de la habitación. Comencé a desnudarme, y experimenté de nueva aquella extraña sensación dé estar indefensa, de no tener el control de lo que ocurría, esa especie de liberación de conciencia, esa voz interior que me r
epetía: «No es tu culpa, tú actúas obligada, resígnate.» Cuando terminé de desvestirme allí de pie frente al gran espejo, casi involuntariamente llevé la mano a mi entrepierna, y mi sexo estaba mojado. En ese momento entró él, venía cubierto con una toalla atada alrededor de su cintura, su cuerpo joven y con pocos vellos, su cabello mojado y desordenado, la cara de deseo que puso al verme desnuda, todo ello me tenía tiritando como una chiquilla. De verdad era algo muy especial y nada desagradable.
Se acercó a mí, me dio un suave beso en los labios mientras susurraba en mi oído: «Me encantas, tía, siempre me gustaste, desde que era un chiquillo y conocí el deseo sexual, deseaba que mi tranca fuera lo suficientemente dura y gruesa para hundirla entre tus pliegues. He pensado mucho en ti, quiero que ahora me enseñes a hacer el amor, quiero que tú me lo enseñes» -dijo poniendo énfasis en la palabra tú.
Respondí besándolo apasionadamente, mi lengua se abrió paso entre sus labios gruesos refregándose con fuerza contra la suya; me senté en la cama ¡quedando frente a su toalla, «algo» debajo de ella estaba haciendo un gran bulto, puse mis manos en el nudo que sostenía su única prenda, se asustó e intentó detenerme, pero suavemente retiré sus manos y continué. Solté el nudo y dejé caer la toalla, frente a mí quedó cimbrándose su pito, largo y tieso como un palo, su forrito retraído por la erección y una cabeza rosada y brillante con una gotita de líquido asomando por su punta. Pensar en que ese juguetito no había sido disfrutado por nadie antes terminó con el poco recato que me quedaba; me acerqué y le di un tierno beso en la punta, luego me retiré para mirar su cara; un hilito de líquido se estiró entre mis labios y su cabeza.
Él me miraba con una mezcla de calentura y timidez. Pasé la lengua por mis labios, el sabor, de su líquido era delicioso, hasta diría que casi dulce. Mientras lo saboreaba, con mi mano derecha tomé su tronco y comencé a masajearlo lentamente llevando hasta atrás la delicada piel que lo cubría, lo que ponía más grande y brillante su cabeza; abrí mi boca y la introduje en ella, mi lengua recorría aquella verga por todo su contorno, él respiraba agitadamente. Después de un rato lo saqué y lo dirigí hacia arriba afirmándolo con mi mano, empecé a lamerle las pelotas, desde allí mi lengua subía por su miembro hasta llegar a la punta, mamaba un ratito su cabeza y volvía a bajar recorriendo el mismo camino. Reconozco que estaba disfrutando como loca, quería comerme todo su pito, lo lamía con desesperación, su cabeza estaba hinchada al máximo. De pronto, mientras subía, comenzó a soltar chorros de semen que cayeron en mi pelo, mi frente, mi mejilla y finalmente en mis labios.
Como llevada por una fuerza incontenible lo metí en mi boca alcanzando a recibir el último disparo de leche en mi lengua, me avergüenza decirlo, pero lo saboree como un manjar tragándolo con gusto y pensar que al pobre de Marcos, mi marido, nunca se la he chupado. Esto es una locura, lo sé, pero la situación daba para ello y más, la música, la penumbra, nuestros cuerpos desnudos, aquel pito virgen, en fin, todo. Yo ya no tenía freno, había sobrepasado todos mis propios límites empujada por este chiquillo que encontró en mí su juguete sexual. Aquello no paró ahí, yo estaba como loca y él todavía lo tenía parado. Lo acosté en la cama, su pito apuntaba al cielo, no imaginan lo lindo que se veía. Volví a chupárselo como si estuviera embrujada, no podía parar, finalmente no pude aguantar más y subiendo a gatas por la cama me senté sobre él metiéndomelo hasta el fondo. Mi vulva lo apretaba con fuerza al sentirse llena, sentía sus bolas calentitas en mi culo, en cada profunda embestida que dábamos.
Yo posaba mis tetas en su cara, refregaba mis pezones alternadamente en sus labios. Tuve no sé cuántos orgasmos montada en ese miembro hinchado, incansable. Ricardo se venía abundantemente y casi sin ablandarse .su falo, continuaba dándome duro a los pocos minutos. Qué manera de fornicar, Marcos nunca me había cogido tanto y emocionada, caliente, empecé a decirle a Ricardo todo tipo de cosas. «Dame toda tu lechecita, quiero secar tus
bolas…Así, mi dueño, soy tuya, cógeme mucho, pícame toda, mira en el espejo cómo me tienes ensartada en tu pito, soy toda tuya, tuya, nadie me ha hecho gozar como tú, me fascina tu palo.» Después me arrepentiría de decirle todo eso, pero me tenía tan caliente que ya no me importó.
En fin, estuvimos amándonos como hasta las ocho, le enseñé a montarme pero le gustó más que yo lo montara, creo que le gustaba mirar en el espejo cómo se veía su tía desde atrás subiendo y bajando, a ratos me pedía que me quedara quieta y con la cola bien parada, entonces con sus manos me abría el culo y miraba al espejo, yo me avergonzaba de imaginar lo que veía; mi culo abierto al máximo y su pito metido hasta las bolas en mi vagina también abierta, mis agujeritos íntimos allí, expuestos por completo, rendidos y disponibles para su juego, era una mezcla de humillación con una calentura tremenda.
Pese a estar muy cansados, me costó detenerlo, le dije que tenía que irme, que me dejara, que ya me había hecho todo lo que quería. Me vestí en silencio, ordené la cama, me arreglé y de despedí dándole un tímido beso.
Bueno si quieren compartir alguna experiencia parecida o simplemente comentarme lo que les pareció mi relato escriban a mi mail.
Autor: Rocío rocio_alvarez18 (arroba) hotmail.com
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